Un lugar en el que te ahogas en tus sentimientos, esos que
son tabú más allá de las paredes de tu alma.
Esos que no puedes expresar por el miedo, razonable, a ser juzgado. A que tu crianza se mire con lupa. A sentir sobre ti el peso de la culpa y la crítica ajena.
Porque alguien lo hará. Porque nos han educado que hay sentimientos vetados. Más de los que en realidad deberían estar.
Porque sobre ti volará la mano que señala. Caerá sobre ti la sentencia ajena.
Pero también la propia.
Porque hemos aprendido que hay sentimientos que está mal tener. Y precisamente saber que sabes eso hace que tenerlos duela más.
Porque tú, ilusa de la vida, crees que en el momento en que esa pequeña criatura a la que has gestado con tanto amor a pesar de no sentir la llamada salga de tus entrañas, el mundo será una nube rosa.
Vivirás entre unicornios y arcoíris, enamorada pérdida de esa criatura, y nada más importará, porque serás feliz. Serás más.
Y luego no es así. O si es así, pero no siempre.
Y cuando no lo es duele.
Expectativas, oh malditas.
Duele el pensamiento por un breve segundo, ahogada por la intensidad de la reciente maternidad y las noches infinitas, que a lo mejor te equivocaste y no sabías en lo que te habías metido, y que el añorar tu vida pasada va a dañar irreparablemente a tu inocente criatura.
Duele sentir de que a pesar de esforzarte como la que más en ser madre, por delante y por encima de todo, tengas esos sentimientos. Esos sentimientos que no sientes tuyos.
A lo mejor duele justo por eso.
Porque ya no te reconoces, porque ya no sabes quién eres. Duele no hacer justicia a la imagen de película romántica que se suponía iba a ser. Duele no vivir ese sueño que pensaste que ibas a tener.
Duele no ser lo que eras, pero tampoco lo que te dijeron que ibas a ser.
Duele pensar que solo eres tú la que piensa así, y que eres un fraude como madre, como ser.
Duele sentir que amas a tu hija por encima de todo, y aun así tener esos sentimientos. Duele no entenderte. No entender.
Maternar es difícil. Algunos lo cuentan, algunos lo expresan para dejar el memorando, pero la mayoría callamos… o a lo mejor es algo que ya olvidé.
Yo ya he olvidado.
He olvidado lo que se sentía cuando en una noche no dormía más de 3 horas. He olvidado la extrema extenuación.
He olvidado el dolor en el pecho o el dolor en la puerta al mundo, allí donde todo de verdad empezó.
He olvidado las molestias, los dolores y la sensación de constante temor.
He olvidado el nerviosismo de los primeros baños, el aliento contenido ante el primer sólido ingerido, la emoción del primer paso. No he olvidado que sentía, pero he olvidado el momento, la ocasión.
Y he olvidado muchos momentos oscuros… pero no la sensación que me dejaron.
Ahora solo recuerdo fugaces momentos. Recuerdo de recuerdos.
Y esto también duele.
Duele olvidar. Pero es necesario. Porque no fue un postparto normal. Porque no es gratuito que lo llamemos el infierno.
Porque lo fue. Y no fue peor que el de mucha gente.
Si fue más duro y extenuante de lo esperable. De lo esperado.
Pero las malditas expectativas. Esa nube rosa que nunca llegó. Juzgarme por ello, odiarme por ello…
Hoy duele no tener la oportunidad de resarcimiento.
No es razón suficiente para cambiar nuestras vidas, nuestras firmes decisiones. El miedo a vivir lo mismo o peor, además, es más intenso. Y de ser mejor, me sentiría tan culpable por ella. Pero duele saber que no lo viviré mejor, no sabré jamás lo que se siente.
No queremos más hijos, antes de tener hijos ya no queríamos más hijos que ella. Tenerla a ella no ha ayudado a cambiar esa opinión. No por ella. Ella lo vale todo, ella ha cambiado tanto nuestras vidas.
Pero ser madre se suponía que no era esto. Era duro, iba a ser agotador… pero no esto. Y el miedo de que pueda ser peor…
En noches duras, te abrazo.
A ti, a mi, a yo… en el pasado.
¿Cómo eras capaz de vivir con tan poca energía? ¿Cómo sobrevivías a los días? ¿Cómo pudiste soportar todo aquello y seguir amando tanto que duele?
Ya no me acuerdo. No me acuerdo de lo que era. No me acuerdo de quien era.
Ni entonces, asustada y perdida, ni antes de entonces.
Otro sentimiento que duele. Duele pensar en el pasado, duele recordar aquella vida pasada, que ya no parece propia. No por desear volver, sino por añorar a aquella mujer, que si no sabía lo que se hacía, al menos lo pretendía.
Pero más aún duele ese dolor.
Duele pensar que estás sola en este sentimiento.
(Aunque realmente sabes que no)
Pero en esa sombra oscura en la que todas nos ocultamos, por vergüenza, por no reconocernos, por repudiar tal sentimiento… todas nos sentimos únicas y solas, sin resarcimiento.
Lloro fuerte, me lamo las heridas, y me recuerdo a mi misma que muchos de estos sentimientos nacen del cansancio, del agotamiento que parece nunca disminuir. Que realmente lloro por no recordar lo que es el ocio o el descanso, tan necesarios para el equilibrio. Lloro por maldormir.
Llegará, el equilibrio, no lo dudo.
Eso lo cuenta todo el mundo. Que todo llega y todo pasa, que todo mejora y empeora, que la dificultad es progresiva. Que nunca cesa, pero que mejoras con ella.
Yo hoy os cuento esto, para que en aquellas noches que se os hacen negras de más, recordéis que esto también pasa, que también se pasa, y que el equilibrio también llega.
Porque la maternidad es muy bonita.
Es aprendizaje, es luz, es amor, es redescubrir el mundo y una oportunidad única de mejorar. Pero también puede llegar a ser incomprensible, angustiosa y oscura. Saber esto, y saber que pasa, hace que cada día sea más de lo primero y menos de lo segundo, cada vez más y más.
Y las heridas, pues tardan tiempo en cerrar, pero lo harán.
Que hablar de ello, cura. A ti, y a las demás.
Que no lo cambiaría por nada del mundo, pero que al igual que viví muy tranquila sus despertares nocturnos y sus cambios en el sueño, sus arcadas ante esos primeros alimentos, esas crisis de lactancia que desesperan, gracias a que sabía lo bueno y lo malo… me hubiese gustado saber que ser madre no solo iba de amar profundamente y de emocionarse por poco, sin más.
Que también iba a sentirme perdida, extraña, dividida, en aquel sitio que mi hija antes llamaba hogar.
Qué bonito escribes siempre Zora ❤️
Muchisimas gracias preciosa!
Qué palabras tan duras y tan bonitas, gracias por compartirnos un pedacito de tí bonita <3
Muchas gracias Lucy. Tu me inspiras mucho a sacar a la luz, también esa parte más oscura, más íntima. Esa que tanto nos cuesta compartir, pero que otros tanto ayuda. Gracias por visiblizar tanto, y por ayudarme a entender que hablar y compartir cura y sana.