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De cómo llegué a ser madre…

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¿Cómo llegué a ser madre? ¿O  más bien a decidir serlo?

Es un gran tema y una cuestión que no tiene, en nuestro caso, una respuesta común (o al menos yo no lo sentí así en su día).

Cuando decidimos ser padres, a diferencia de muchas otras madres, no fue porque yo sintiera que era el momento. A mí no se me encendió el reloj biológico, ni era un tema que estuviera rondando mi cabeza. Yo no fui nunca una mamá de libro (pero, y quien lo es…), a mí la vida no me llamó para esto, el cuerpo no me lo gritó… de repente un día, al BuenPadre, la madre naturaleza o lo que fuera lo despertó. Y quiso ser BuenPadre.

Era el momento.

Todo a lo que habíamos esperado estaba más o menos a nuestra disposición. No en vano había dejado mi trabajo para averiguar si era capaz de trabajar en casa por mi cuenta y así poder criar a un hijo como nosotros consideramos que es lo mejor (que empieza por estar presente y no pasar 13 horas fuera de casa por regla general). No en vano teníamos ya unos buenos ahorros destinados a un posible futuro hogar. Y no en vano, los 30 habían empezado a asomar.

Los 30…

Esa edad mágica. Esa edad que nos marcamos para ser padres. “A partir de los 30 y no más allá de los 35”. Todo tenía un porqué. Íbamos a hacer mil cosas. A buscar un buen trabajo, a tener un puesto estable, a viajar, a vivir, a disfrutar… pero “Oh cruel destino” (no tan cruel, pero es lo que tiene que seamos tan fantasiosos, ilusos seres humanos), la crisis económica que nos tocó vivir cogió todos nuestros sueños, y los mandó de una patada a algún remoto lugar del futuro.

Así que allí estaba yo, a las puertas de los 30, sin haber viajado, sin haber disfrutado de eso que quieres disfrutar sin hijos, pero eso sí, empezando mi negocio. En parte creo que fue el hecho de estar tan centrada en empezar a trabajar por mi cuenta el que hizo que, en ese momento más que nunca, no estuviera pensando en hijos.

Pero el BuenPadre sí.

Algo a medio caballo entre el estrés y la frustración en el trabajo, la crisis de los 30 adelantada y una mezcla de emociones, le encendió el reloj.

Así que sin esperarlo, venido de la nada, ahí estaba el tema de conversación. Ser padres… Me llegó como un bofetón inesperado. De esos que no te ves venir y te quedas traspuesto durante unos segundos sin saber que ha pasado.

Durante unos días rumié mucho el tema, porque no solo no habíamos disfrutado de la vida como soñábamos, sino que había un montón de sentimientos y pensamientos más que me lastraban, de los que ya os hablaré en el futuro. Pero el SantoPadre habló conmigo de ellos y me hizo ver las cosas de otra manera. Yo, como buena TOC-maniaca que soy, valoré pros y contras, y me embarqué en la misión, como si fuera una carrera contrarreloj.

Nos costó unos cuantos meses conseguirlo, en parte creo que por todo el estrés que tenía con mi trabajo, algún que otro bache existencial y mi autoinflingido agobio por conseguir quedarme embarazada.

Pero al final, lo conseguimos, y es aquí donde empezó la gran aventura de ser padres. Y como Intensita llegó a nuestras vidas…

El por qué os cuento esto, en el primer segundo post de este blog, creo que es algo que se irá vislumbrando en el futuro, pero que resumiendo explica en parte el porqué de nuestras aventuras y muy en especial desventuras en el mundo de la P/Maternidad.

Porque no todas nacemos queriendo ser madres, y no todas soñamos y deseamos ser madre por encima de todo.

Y eso no es ni mejor ni peor, pero si considero que (al menos en mi caso) no ha ayudado mucho a la hora de pasar algunos que otros baches. Porque cuando no sientes que has nacido para ello, cuando no te suena el reloj biológico, es muy posible que el cuento rosa de la maternidad se vea aún más irreal. Porque sientes que es culpa tuya, culpa de estos sentimientos, de no haberlo deseado como si fuera lo único el mundo, que la maternidad a veces se convierta en algo tan feo y tan duro. Hace que la tarea de conciliar tu vida, propia y única, con las nuevas circunstancias, se haga en ocasiones muy cuesta arriba.

Y te sientes un fraude.

Mucho he tardado en asimilar que parte del camino de la maternidad trata de lidiar con sentimientos como la culpa, las inseguridades, el desconocimiento, la inexperiencia y los baches emocionales. Y que son algo normal. A cada uno nos afecta de una manera diferente, y a cada uno nos afecta de diferente manera según el día y las circunstancias.

Pero al final todo es ver la vida de manera positiva, superar los baches, y aceptar que tener sentimientos contradictorios y a veces hasta ligeramente egoístas es algo normal y que eso no me convierte en una madre horrible.

Todo esto, hoy lo sé gracias al apoyo, el de dentro y el de fuera. Gracias a la tribu que me rodea, y que me recuerda que soy una buena madre, cuando yo no soy capaz de verlo.

Hoy, aún me queda el camino de nuestras vidas por recorrer. Pero ya puedo decir que nuestra hija, es el mejor regalo que SantoPadre me ha podido hacer. No sólo por ella, que a pesar de sus cosas de niña y sus intensidades no esperadas, es mejor de lo que podía haber pedido jamás. Si no porque por ella, voy a tener que esforzarme en ser lo mejor que pueda ser. Porque ella se merece que seamos la mejor versión de nosotros mismos.

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