Conciliando Crianza Maternidad

El día que el mundo se paró.

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Photo by Ian Valerio on Unsplash

23:58 de un 20 de marzo de 2020.

Insonmio. Para mi sorpresa. Yo soy más bien todo lo contrario.

Pero parece ser que a todos nos está ocurriendo cosas similares, en esta línea que es el procesamiento de un suceso tan importante. Como si de una especie de To do list se tratara, muchos hemos ido pasando por las mismas fases del duelo de la contención.

Preocupación. Determinación. Ilusión. Incredulidad. Enfado. Tristeza. Resignación. Comprensión. Insomnio…

Y con él una estampa que nunca creí llegar a ver.

El día en el que el mundo se paró.

Al menos el mío.

Ese que para mi inmenso cabreo parecía que no se llegaba a parar, por mucho que nos lo pidieran(mos) en todos los medios.

Ese que siempre albergaba un alma, o un vehículo, dirigiéndose hacia un lugar indeterminado para el observador.

Pasaban los días, y por mucho que me asomara a la ventana, anhelando tocar el mundo exterior, éste nunca se paraba.

Siempre había alguien, de camino o de vuelta a comprar eso que faltaba. O a pasear el perro. O a trabajar. Con guantes y mascarillas.

Todo muy extraño, pero aún así, como de normalidad. El mundo se había frenado, pero no se acababa de parar.

Y esta noche, un viernes noche nada menos, lo he visto y no he podido dejar de mirar.

El silencio.

Tan solo perturbado por el murmullo de la vida interior, de vecinos acabando de recoger cenas, de casas a punto de anochecer.

Pero en la calle… nada. Ni un coche. Ni unos pasos. Nada en absoluto.

Por fin había sucedido. Por fin era una realidad. Y ahora que ha pasado, no sé qué sentir.

El estrés.

Y quizás no se que sentir, porque no cabe nada más en mí.

Veo con ligera envidia y mucho anhelo a toda esa gente que se ha visto obligada a parar, y ha tenido que reinventar sus días, para hacer todo aquello que quisieron y más (siempre que sea indoor).

A mi me ha pillado todo esto en la peor de las épocas de trabajo que podía imaginar. Que oye, no nos quejaremos, que es peor no tener. Pero justo cunado necesitaba disponer de jornada y media diaria para trabajar, todo el sistema de soporte que me podría haber permitido mantener el ritmo, se ha ido al garete.

Adiós escuela infantil, adiós abuelos, adiós autocuidado en forma de Pilates, adiós tiempo en familia y hola, de nuevo viejo amigo, estrés.

Estrés sobre estrés.

Como hacía tiempo que no vivía. Ese que te deja destrozada, de no moverte, de la tensión y del esfuerzo, pensando si eso que te pasa es la lógica paliza que te estás metiendo, o será el maldito virus que nos tiene en esta situación.

Lo veremos con el paso de los días. Si recupero las fuerzas (o el insomnio), os lo contaré. No tanto por vosotros si no por, como dijo mi madrastra, dejar un testimonio para nuestra hija, que no recordará nada de esto tan grande que nos acaba de suceder.

No recordará que hubo un tiempo que no había cole porque en la calle había bichitos, que también estaban en el parque al que no podíamos ir. Que no recodará (espero, rezo) que sus padres trabajaban a destajo dentro y fuera de casa, para mantener la presencia y no dejar atrás lo demás.

No recordará los aplausos entusiasmados a las 8 de la tarde, como profundo agradecimiento a todos los héroes humanos de esta crisis, y como excusa para sentir el calor de la comunidad.

No recordará la enorme crisis que estamos viviendo, la que está por venir, y todo lo que se montó.

No recordará el día que el mundo se paró.

Por eso, hoy que no puedo dormir y la semana de encierro me trae nuevos amigos a visitar en forma de insomnio, dejo aquí unas palabras, para que lo pueda recordar. Para que sepa un poco más del mundo que había, y del como llegamos a su presente, ese futuro incierto que está por llegar.


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