Hoy os vengo a hablar de la vida más allá de la maternidad; cuando la crianza, la exclusiva y exhaustiva, ya no lo es todo, y no copa todos los rincones de tu existencia. En parte para verbalizar, en parte como advertencia, de que puede que este blog cada vez hable más de mí, o en cualquier caso de nosotros, como un completo, como familia, y no tanto hable de cosas de bebés.
La crianza ya no es todo lo que me agobia.
Aunque en su momento lo fue.
Tengo ahora un compañero de profesión, que ha tenido un peque no hace mucho. Ambos trabajan en casa, con lo bueno y lo malo que eso conlleva, y como cualquier familia, a ratos lo llevan bien y a ratos la situación los lleva a ellos arrastrados.
Cualquiera que haya tenido hijos, sabe que los primeros años son intensitos, ya no os digo si ambos tenéis trabajo, intentáis criar en casa y además tenéis un peque de esos que no se cuidan solos (un abrazo si eres de esos unicornios que sí).
En mi caso, la crianza lo era todo, por encima de todo, que no era poco. Me ocupaba tanto tiempo, energía y preocupación, que hasta el último segundo de mi vida estaba teñido de crianza, y hasta mi vía de escape, este blog, era todo crianza, y un poco de lloro al respecto.
Dormía criando, comía criando, trabajaba criando, socializaba criando, me desbordaba criando… todo eran lloros, rabietas, pañales, gases y tetas.
Todo pasa, todo llega.
Hasta que un buen día, poco a poco y casi sin darme cuenta, aquella etapa, en gran medida, pasó. Y con ello, llegó esa ansiada independencia, que no tiene la pinta que en esos primeros días pensábamos, pero que nos permite volver a encontrarnos.
Hay quien llega a este punto antes, hay quien llega después. Aprender que no sólo mi hija tiene sus ritmos, sino que nosotros también lo tenemos, ha sido una ardua tarea. Encontrar el equilibrio y el camino a surcar, cuando tienes muchas papeletas “en contra” no es sencillo.
La crianza, disfrutarla y salir del agujero de los primeros años, se hace muy dura cuando no era del todo tu mayor deseo, cuando intentas ser una superwoman y hacerlo absolutamente todo, y cuando tienes que reconstruirte por el camino.
Esto último, deshacerme para rehacerme, es lo que más apartada me ha tenido de aquí.
Criar de una manera frontalmente opuesta a la que recibiste es una tarea titánica, y estar presente y ser una madre cercana, amable, respetuosa y paciente, es algo muy complicado cuando recibiste todo lo contrario.
Con esa independencia que ella ha ido adquiriendo, se ha abierto un espacio en mi vida, para cuidarme también a mí, para curar 35 años de daño continuado, para “perder” el tiempo en priorizarme a mí, en establecer límites y con ello proteger a mi familia. A la que estoy creando.
Este tiempo, y no pocos conflictos, me han situado forzosamente delante del espejo, y me han señalado, con amor y compasión, todo aquello que yo hacía por querer huir y por (auto)compasión.
He visto todo lo que hago, todo aquello que igual no es sano, que igual no aporta (al resto del mundo), y durante mucho tiempo, todo ello me ha paralizado… y al contrario de todo lo que se prodiga hoy en día en redes, eso es bien. Me he quedado a un lado, permitiéndome no ser.
¿Para qué estoy yo por aquí?
No ha habido semana que no me haya preguntado esto, al principio y muy evidente en el blog, que siempre ha requerido de más tiempo y trabajo de campo, y seguidamente en Instagram.
Durante mucho tiempo me he preguntado, ¿y yo que hago aquí? Y la respuesta, no siempre era sana. Muchas veces estaba aquí por justificarme, por buscar afecto, por ser parte de todo esto. Si, hay mucho trabajo muy bueno que quedó aquí, pero no siempre la intención era altruísta, y si bien no es obligatorio que lo sea, ya no me sentía cómoda haciendo las cosas por mi único bien.
Cuando he sentido la necesidad de escribir, a veces lo hacía, y dejaba esos escritos para mi diario personal. Y otras veces me quedaba parada, frente a un Word en blanco, preguntándome, el porqué de aquello.
Porque más a menudo que no, y no soy la única, escribimos sin parar, sin reflexionar, sin documentarnos y lo que es peor, para poco más que para apaciguar nuestro ego.
O pero aún, porque hemos caído en la espiral del FOMO (Fear of missing out, el miedo a no estar presente «en el meollo») que tanto propician, en especial, las redes sociales.
Este año pasado he decidió alejarme de todo esto, tanto aquí como en Instagram y he cuidado mucho no estar escribiendo desde una necesidad emocional (que no se iba a solventar con una vomitera bloggeril) o por llenar aún más el mundo digital de información redundante, mal cohesionada y pobremente documentada.
¿Y entonces, que hago aquí de nuevo?
Pues estoy buscando reencontrarme, y encontrar un equilibrio entre respetar al mundo y no aportar más información innecesaria, con lo bueno que puedo aportar y mi necesidad de expresarme y compartir.
Empiezo una nueva etapa, sin un punto y aparte, en la que el blog va a representar mi vida tal cual es. Enfocado a muchos temas, tanto personales como de crianza, algo alejada de la etapa de los primeros años, guardando lo íntimo y lo más personal un poquito a resguardo, y compartiendo cosas que puedan gustar. Sin que todo gire en torno a la crianza, sin pretender formar ni educar a nadie.
Y siendo consciente de que exigirme la máxima responsabilidad y fiabilidad en aquello que publico, no está reñido con no querer erigirme experta de nada, ni gurú de poco.
Voy a dejarme llevar, y al igual que, por fin, estoy haciendo con la crianza, navegar con la corriente buscando el equilibrio.
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