¡Hola! Siento que hace tanto tiempo que no escribo, que parece que tenga que volver a presentarme. Y es precisamente por todo esto, que me he animado a unirme un año más a este ejercicio de revisión que nos plantea Madresfera cada año.
¿Ha sido mi 2021, un año bloguero?
Pues la verdad es que no sabría muy bien qué deciros, y no sé extraer un resultado claro de la situación, si bien igual eso es totalmente irrelevante.
Este año, junto con esta entrada, he publicado tan sólo 15 entradas, de lejos el menor número hasta la fecha, poco más de entrada al mes. Y en realidad lo que he tenido ha sido un par de periodos algo más activos, y otros muchos meses en blanco.
Y al mismo tiempo, algo que nos remueve mucho y nos hace sentir regumal, como explicaba Lucy en su personal resumen anual, es que el blog ha crecido más que nunca en mi ausencia. Como decía ella, parecería que el blog funciona mejor cuando no escribo. Menuda puñalada en el corazón bloguero ¿no?
La realidad es que todos sabemos que el blog no es algo inmediato, especialmente desde que la interacción de parte del público es mínimo, así que los resultados se dan a muy largo plazo, y si el blog ha crecido tanto (un 150% con respecto al año anterior, y casi un 900% con respecto al primer año completo de blog), es gracias al buen trabajo del pasado.
Pero no deja de ser un dato que te toca la patata, especialmente cuando sientes que quieres compartir, que quieres aportar y no encuentras el tiempo o la manera.
Porqué mi 2021 ha sido muy poco bloguero.
Pues me he animado a unirme a este resumen anual, porque este blog no deja de ser mi diario de bitácora ocasional, y es aquí donde guardo algo de información que me gustaría revisitar en el futuro y asombrarme con el paso del tiempo y la evolución de la vida.
Y este año, quiero cerrar el año recordando y reconociendo porqué tanto ha cambiado, y porque he estado tan bloqueada, al menos en este aspecto de mi vida, del que no quiero, aún, desprenderme. Ese que tanto me está enseñando, desde la inactividad.
Sobreviviendo a 2020.
La primera gran realidad, que la mayoría de padres, en nuestro afán de que todo fluya y todo siga funcionando, hemos ignorado deliberadamente, es que hemos sobrevivido a 2020 y seguramente de mala manera.
A mi se me olvida demasiado a menudo que el 2020 supuso, de manera no diagnosticada pero muy evidente, un burnout bastante grave para mí. El grueso del durísimo confinamiento que sufrimos en la primavera del año pasado, me pilló con el peor mazo de cartas en mis manos… y aunque me haya negado a reconocerlo, me ha pasado una gravísima factura.
Llevo desde entonces agotada, arrastrándome porque no he sido capaz de tener un verdadero respiro, físico y emocional, desde entonces. Poco a poco voy remendando el agujero, pero no deja de ser un girón inmenso, y las puntadas han de ser pequeñas y certeras. Así que mucho del tiempo que antes dedicaba me robaba para escribir, se ha ido en sobrevivir a mi misma y mi sobredosis de cortisol.
En 2021 por fin me vi a mí.
Y la otra gran razón por la que estoy desaparecida es porque tengo un inmenso bloqueo, principalmente emocional, que hace que cada vez que me siento a escribir, o incluso pienso en ello, acabe por cerrar el portátil con un Word casi en blanco.
2020 y bien entrado 2021, no sólo han sido duros por la crudeza de maternar en pandemia y conciliar lo imposible en confinamiento, sino que he tenido bastantes golpes emocionales. Golpes que considero lógicos que hayan estallado ahora… a todo el mundo nos ha afectado esta situación, pero que desde luego no esperaba.
Y si bien, no los esperaba, han sido el inicio de un cambio en mí, que seguramente era mucho más que necesario. Al menos, me han abierto los ojos por fin, y me están haciendo replantearme muchas cosas de mi vida. Como aquellas que me bloquean cada vez que quiero ponerme a escribir.
Sin entrar en detalles, porque no procede, este año ha sido en el que por fin me he visto como soy, y he sido capaz de entender todos mis automáticos, mis huidas, mis autosabotajes y mis “malas decisiones”. He mirado a través de mi misma, y he visto porque he estado haciendo tantas cosas que en realidad no me benefician o no son lo que yo en realidad quiero, o me llevan allí.
Así he descubierto, entre tantos, que a menudo escribía, tanto en el blog, como en Instagram, de manera impulsiva, en busca de afirmación y afecto. En busca de validación.
He sido consciente de que a menudo, si bien sigo considerando que aquello que aporto es beneficioso para alguien más que mi misma, la intención que había tras todo no era la mejor, para mí.
Por todo esto, ahora me encuentro muy a menudo, cuestionándome porqué quiero escribir algo, qué propósito subyace y si realmente estoy aportando contenido de calidad y necesario a un mundo ya muy sobrepoblado de contenido. Me pregunto si estoy pensando en hablar de uno u otro tema para algo más que para calmar a mi niña herida, y dedico ese tiempo a validar mis sentimientos.
Es, ciertamente, una parálisis por análisis, pero una que considero, por primera vez, muy necesaria. Porque toda la vida he necesitado sentirme útil para sentirme válida, hacer para ser, estar constantemente ocupada para sentirme digna de un mínimo valor… y este año, con todo lo que, afortunadamente, he perdido, me he dado cuenta, de que yo valgo por el mero hecho de ser.
Que no tengo que complacer a los demás para mantener una relación que no me beneficia, que me merezco un equilibrio (y si no lo tengo, toca priorizar), que no necesito aportar de manera continuada para seguir siendo y que no estoy obligada a cumplir los objetivos de nadie, ni siquiera los míos, si en realidad los objetivos existían para seguir haciendo girar esa rueda tóxica en la que vivía.
Este 2021 bloguero no es el fin.
Es tan sólo el reconocimiento de que el blogging no me debe nada y que yo no le debo al blog nada más que mi sinceridad. Estar cuando pueda y me apetezca, y desaparecer sin reparos si eso me va a beneficiar.
No sé lo que me deparará este nuevo año en el blog, lo que tengo claro es que nunca más voy a escribir buscando algo que en realidad no quiero y anhelando ser quien no soy. Voy a honrar el verdadero propósito de este cuaderno de bitácora, y lo voy a dejar crecer, con mi compañía, pero sin intentar modelarlo en algo que no es. Que no soy.
Voy a verlo crecer (o no,) orgullosa de todo lo que he creado hasta la fecha, sin presionarme a mantener un estatus o en su defecto claudicar. Porque este blog no fue creado para triunfar, aunque muy a menudo lo haya deseado, fue creado para expresar, para soltar, para sanar, para navegar… y así será usado.
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