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Reflexiones

2020, un año ¿ni tan mal!

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2020… Por un lado parece que este no sea año para hacer repasos, porque todo clama a terror, drama y sangre en los ojos, como diría mi amigo Carlos “Un papá como Vader”.

Pero lo cierto es que con su altos (muy altos) y sus bajos (muuuuuy bajos) en conjunto ha sido un año que ni tan mal.

Empecé el año en el blog, haciendo balance del año anterior, que es algo que voy a intentar hacer todos los años, porque es una maravillosa manera de dejar constancia de todo aquello que se nos va olvidando con el agobio de las rutinas.

El caso es que el año anterior, a diferencia de este, escribí muchísimos posts, y hacer una criba para elegir los 25 mejores posts del año fue complejo. Este año apenas he escrito 31 (así visto en número no parecen tan pocos, pero es menos de uno a la semana), así que puede que esa lista me la salte. Ya os preguntaré que os apetece por Instagram.

Y como todos, me decidí a colgar una lista de propósitos para este nuevo año, que no era consciente en su momento de lo extremo que sería en su exactitud o inexactitud. Juzgad por vosotras mismas.

2020 iba a ser (y ha sido) un año muy importante.

Ya desde el inicio, y sin tener ni pajolera idea de la que nos esperaba, este año se preveía importante, y emocionante. Nos tocaba buscar, ya en serio, un cole para «el resto de la vida escolar» de nuestra hija, que encontramos de casualidad (o no tanta). Y ello suponía que se acercaba la operación pañal, que resultó ser una metáfora magnífica del año en sí.

Estaba yo «tan tranquila» (hay que ver, lo que te ayuda a relativizar las cosas una pandemia mundial), dando vueltas a un comienzo de un destete que sigue sin concluir, filosofando sobre las guerras de madres creadas por los medios, hablando de las consecuencias de nuestras elecciones, y recordando puntos importantes para la crianza en los primeros meses, como si «nada».

Bueno, nada, nada no, porque en ese momento, como a mucha otra gente, el inicio de año se me estaba haciendo un poco intenso. Una vez más, no teníamos ni idea de la que se venía.

Que si, que es lógico que el mundo se me hiciera bola, porque la (algo) menor dependencia continua de mi hija, me estaba permitiendo prestar atención a mis heridas emocionales , e ir a terapia me estaba revolviendo todo.

Y ahora, todo aquello parece, aparte de un sueño lejano, una suerte de problemas de menor importancia.

Porque de repente, llegó aquello que pensábamos que no iba con nosotros.

Una pandemia mundial.

De pronto, el mundo se paró.

Que ojo, se paró el mundo, pero a mi no sólo no me tocó tener vacaciones forzosas, sino que caí de pleno en la peor de mis pesadillas (y la mayor de mis fortunas este año).

Recuerdo entre risas y una pena inmensa por esa pobre inocente que era yo, cuando firmé el mayor presupuesto de mi recorrido laboral como emprendedora, y sólo días antes del confinamiento más brutal que hemos conocido, hablaba con mi pareja de cómo iba a necesitar más horas de guardería para la peque, más apoyo por parte de los abuelos, más salidas de ella con el padre al parque… No era consciente de lo imposible que iba a resultar tal cosa.

Ese proyecto, que saqué adelante durmiendo no más de 4-5 horas diarias, trabajando de sol a sol los 7 días de la semana durante más de 2 meses, y cruzando todas las líneas rojas de la maternidad que me juré no pasar (hola, horas de tele al día), ha sido el que nos ha permitido cumplir uno de los mayores sueños de nuestra familia en los últimos años.

Pero ese trabajo nos llevó a todos en casa, al peor de los límites, que ya estaba bien alto gracias a la pandemia. Conciliar en tiempos de pandemia pasó de ser algo complejo, a ser un imposible. Se nos olvidó que era aquello de la disciplina positiva, por más que intentáramos tirar de todos los recursos que en ese momento se nos pudieran ocurrir. Que los paneles de rutinas y los recordatorios en forma de láminas están geniales, pero si falla la base, falla todo. Y así fue.

La pandemia nos ha puesto a prueba.

Nos ha llevado, a mi al menos, a lugares muy oscuros. Que estuvieran ocurriendo cosas a mi alrededor, que me destrozaron a nivel sentimental, no ayudaron tampoco en nada.

Mujer triste, poner la salud mental como una prioridad

Así me encontré, desahogandome por redes sobre mi angustia, y como viene siendo habitual, recibiendo (entre muchísimos más comentarios positivos) comentarios donde la empatía y la comprensión brillaban por su ausencia.

En ese momento pensé que había tirado por la borda tanto trabajo en terapia, sin ser consciente que precisamente ese trabajo no solo no estaba cayendo en balde sino que era lo que me estaba salvando y me iba a ayudar a salir más fuerte, una vez tocara el fondo.

Porque esa situación, que no pienso romantizar, y que tanto me molestó que algunos ensalzaran como «lo mejor que les ha pasado en sus vidas» (y oye, yo que me alegro si así ha sido), me obligó a tomar distancia de todo, y a analizar nuestra vida.

La conclusión fue, que salvo alguna cosa, nuestra vida era como la queríamos.

Estamos donde queremos, priorizamos lo que para nosotros es importante, y estamos trabajando para que nuestro hogar y nuestras carreras laborales, así como la educación de nuestra hija, sean lo más parecidas a ese ideal que tenemos en la mente.

Perder nuestro sistema de apoyo de facto, de manera presencial, ha sido duro, pero nos ha obligado a priorizar el autocuidado (que muy a menudo descuidábamos) por encima de todo, y cuidar nuestra salud mental tanto como de nuestra hija, porque es precisamente así, como mejor podemos cuidarla a ella.

Insisto en que no me gusta romantizar los traumas, las dificultades y menos aún una pandemia, pero no es menos cierto que de estos malestares hemos aprendido muchísimo, y hoy puedo decir que soy una persona mucho más madura (y si, con canas ya) y estable, gracias a tener que haberlas transitado.

Y lo más importante, la vuelta al cole ha sido clave para todo ello. Así que seguimos extremando las precauciones para ayudar al máximo a que, al menos esto, no nos falte.

El 2020 no ha sido lo que esperábamos.

Nunca imaginé tener que ir con mi hija a que le hicieran una PCR, aunque he de reconocer con cierto orgullo que en el fondo si esperaba que saliera tan bien como salió.

No esperaba que mi esfuerzo en este blog y en Instagram, que no dejan de ser un hobbie, me llevaran a participar de colaboraciones en proyectos tan bonitos como el de Águeda y su marca Giro, o como el de la joya de leche materna Lackto, que no sólo ha sido gratificante, si no que me ha traído una inesperada sorpresa.

Foto de niña en 3 poses con el mismo vestido reversible de la marca Giro usado de diferentes maneras

Y si bien sabía que algún día llegaría, en ese post de propósitos para este año nuevo, sin saber la que se me venía de trabajo y de locura, no imaginé que este sería el año en que por fin haríamos la reforma y con ella vendría el inicio del descolecho.

Un año de extremos, también para lo bueno.

Y es que si bien durante mucho tiempo hemos estado separados de la familia, este verano hemos tenido que convivir durante un mes entero, y ha sido (especialmente para nuestra hija) uno de los mayores regalos de este año.

Poder celebrar el 100 cumpleaños de mi abuela, con el círculo imprescindible de familiares, y más medidas de seguridad que las que habría imaginado hace años, también ha sido un gran regalo.

Y lo más importante que me ha traído este año ha sido mi gente. Tener a gente que te quiere bien, cerca o lejos, en tiempo y distancia, ha sido impagable.

Este año me ha traído lecciones, grandes proyectos, sueños cumplidos, perspectiva y madurez.

Al 2021 no le pido nada, y no espero (ni deseo) que me traiga lecciones a base de grandes dificultades. Pero si espero mantener esta sensación que me queda en este final de año.
De que a pesar de no tener el viento a favor, somos felices, estamos sanos, podemos vivir con cierta tranquilidad financiera (no la deseable, pero si mucho mejor que hasta la fecha) y somos más equipo que nunca.

Y al 2020, sólo me queda despedirlo con un, oye, ni tan mal.


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